PRESENTACIÓN
El Centro de Documentación de Historia Urbana que estudia el patrimonio cultural ha iniciado estudios de las familias paceñas motivo por el cual ha incluido en su sitio un espacio de INVITADOS (FAMILIAS Y GENEALOGÍA) para personas externas interesadas en la historia familiar y estudios genealógicos de las familias sudcalifornianas a manera de ejercicio de la memoria.
FRANCISCO ARÁMBURO SALAS es un paceño descendiente de familias sudcalifornianas, hijo de Francisco Arámburo Mendoza (n. el 4 de octubre de 1904 en El Triunfo, Distrito Sur de B.C.) y Graciela Salas Solersi (n. el 14 de abril de 1907 en Culiacán Sinaloa), hermano de María Elena, Beatriz y Graciela Arámburo Salas, nieto por línea paterna de Carlos Arámburo y Francisca Mendoza, Pachita, y por línea materna de Pablo Salas Paz y Dolores Solersi.
Escribió hace algunos años dos relatos acerca de sus orígenes familiares y de la casa donde nació y vivió por muchos años, que nos hizo llegar y que ahora difundimos en este espacio compactados en uno solo.
BREVE RESEÑA DE LA FAMILIA ARÁMBURO
Y LA VIEJA CASA DE MADERO
Donde los recuerdos perduran
Francisco Arámburo Salas
Hacia fines del Siglo XIX, en el entonces floreciente mineral de El Triunfo, en el Territorio Sur de Baja California, llegaron al pueblo los hermanos Sixto y Carlos Arámburo Dávalos, junto con su madre Felicitas Dávalos de Arámburo, y ahí establecieron su primera tienda. Esta próspera población contaba a la sazón con unos diez mil habitantes.
Los recién llegados recordaban que, a los pocos días de su arribo, los invitaron a un concierto de piano en la casa de la Familia Mendoza, en el cual se presentó la jovencita Pachita Mendoza, quien había regresado de San Francisco, California, donde había permanecido por algún tiempo perfeccionando sus estudios de música. A los pocos días Carlos y Pachita se hicieron novios, y poco tiempo después se casaron.
LA FAMILIA ARÁMBURO
La vida transcurría plácidamente en El Triunfo y todo parecía favorable, pero con una percepción innata, Sixto y Carlos se dieron cuenta que poco a poco era menor la cantidad de metal que se extraía de las minas, las cuales parecían destinadas a agotarse. Por lo tanto, decidieron separarse. Sixto y su esposa Herlinda decidieron quedarse en El Triunfo, pero su hijo Ernesto se mudó con su esposa Caritina Verdugo, perteneciente también a una familia de comerciantes locales, a San José del Cabo. Carlos y Pachita se fueron a La Paz con sus seis hijos, donde establecieron su nueva tienda llamada “La Popular” (con gasolinería) en la esquina de las calles Madero e Hidalgo. Esta tienda, transformada en supermercado, ha persistido hasta nuestros días en ese mismo sitio.
Desde su llegada a La Paz, Pachita de Arámburo reinició la enseñanza de piano a sus hijos, amistades y numerosos alumnos, de los cuales salieron los nuevos maestros que perpetuarían el arte en la entidad. Así fue como ella se convirtió en la primera maestra de piano en La Paz.
En esos años la cantidad de pianos que había en La Paz era proporcionalmente mayor a la de ciudades mucho más grandes. Al pasar por una calle se escuchaban a uno y otro lado sus melodiosas notas provenientes de diversos hogares. Por esa época La Paz adquirió una merecida fama de ciudad culta, con marcado ambiente musical.
Como precursora de este bello arte, la singular maestra es todavía recordada por su dedicada labor. Su hija María Luisa de Alvarado continuó con la tradición y también destacó como maestra en la Escuela de Música del Estado, fundada por el gobernador Francisco J. Mújica. Ella fue la madre de Alberto y Carlos César Alvarado Arámburo, siendo el primero de ellos gobernador del estado. Julia de Mendoza, otra de las hijas, fue la madre de Angel César Mendoza Arámburo, quien fue el primer gobernador por elección que hubo en la entidad, además de buen pianista.
Al faltar los troncos de esta familia, o sea Carlos y Pachita (ella murió en1973 a los 104 años de edad) continuó con la tienda su hijo Carlos, y a la muerte de éste, la tomaron sus hijos Carlos, Héctor y Jorge Luis, quienes fundaron los otros supermercados, gasolinerías y plazas comerciales actuales en la ciudad.
Por su parte, Francisco Arámburo Mendoza y su esposa Graciela Salas, en forma independiente establecieron su tienda en la esquina de Madero y 5 de Mayo, donde perduró por muchos años. Hoy el edificio se encuentra rentado a diversas empresas. Sus hijos fueron Francisco, Graciela, Beatriz y María Elena. El hijo mayor, Francisco, dio vida y un nuevo sesgo a la “Librería y Distribuidora Arámburo” con la producción de sus tarjetas postales, mismas que aun publica y distribuye en todo el estado, y que han sido enviadas a muchas partes del mundo. Como periodista, ha publicado artículos en revistas internacionales tales como Reader’s Digest, revista traducida a varios idiomas. También escribe editoriales en los periódicos locales y ha publicado tres libros referentes a su patria chica.
Reunión familiar en el cumpleaños 95 de Doña Graciela Salas Salersi, (q.e.p.d.) madre de Francisco Arámburo Salas donde se encuentra al frente su esposa Judith González Isais (q.e.p.d.). Foto: Archivo Personal de Francisco Arámburo Salas.
Ernesto Arámburo, cuyo nombre se le impuso a una calle de Cabo San Lucas, y quien tuvo cuatro hijos (Ernesto, Enrique, Herlinda y Rosario), continuó ensanchando los negocios en Los Cabos, los cuales se extendieron por todo el sur de la península donde aun perduran, ahora a cargo de sus hijos, nietos y biznietos.
Así pues, la tradición de la familia Arámburo, desde la llegada de sus funda-dores hace más de 140 años, se prolonga hasta nuestros días, y a base de trabajo, esfuerzo y constancia todavía se encuentra en expansión con diversas em-presas en distintos puntos del Estado de Baja California Sur.
LA VIEJA CASONA DE LA CALLE MADERO
Realmente no hay mucho qué contar de esa vieja casona de la calle Madero número 312. Su historia no es muy diferente a la de otras casas de la época. Como muchas otras construcciones antiguas en el centro de La Paz, fue construída por mis antepasados en los últimos años del siglo XIX, o quizá a principios del XX, allá por 1890-1910.
Era una casa amplia de una sola planta, de gruesas paredes y techos altos que contribuían a mantener siempre un clima agradable en su interior. Recuerdo que en el centro del patio había un enorme laurel de la India el cual, cuando éramos niños, constituía nuestro “refugio” y nuestro pasatiempo favorito. Ahí pasábamos horas jugando a Tarzán. Nuestro perro Foxy era un león feroz que rugía cuando estábamos trepados en las ramas (bendita imaginación infantil).
A principios de la guerra, por los años de 1940, mis padres decidieron ampliarla y construir la planta alta, contratando al Arq. Pompeyo Tello, quien le acentuó su estilo colonial andaluz según lo definió él. Cuando derribaron aquel gran árbol inolvidable todos nos entristecimos y hasta se nos humedecieron los ojos, pero después nos convencimos de que era inevitable y sería para bien. En ese sitio está ahora el comedor del nuevo salón central. El patio había quedado ahora reducido a un pequeño espacio donde coloca-ron una fuente, y ahí era donde jugábamos. Pero no necesitábamos más.
Pasaron los años y se llegó el momento de que los hijos salimos a estudiar a Guadalajara y Los Ángeles. Había que adquirir conocimientos. Ahora la casa se sentía vacía, según decían mis padres. Solamente veníamos de vacaciones. A nuestro regreso en los años cincuenta, ya como jovencitos, recuerdo que organizábamos reuniones de amigos que mucho disfrutábamos. Tocábamos el piano, las maracas y el bongó. Bailábamos con el tocadiscos al ritmo del mambo y nos divertíamos en grande. Las Posadas y el Carnaval los disfrutábamos con regocijo. Era una casa alegre, llena de música y de risas. En la terraza del segundo piso teníamos una mesa de ping-pong y organizábamos emocionantes torneos.
LA BELLA ÉPOCA
Como teníamos un piano Steinway de cola siempre bien afinado, esta casa fue también el escenario de numerosos eventos musicales. Destacados pia-nitas venían de la capital y ofrecían audiciones y conciertos auspiciados por la Escuela de Música. Un buen ejemplo era José Kahan, quien vino varias veces.
La escuela también hacía uso de nuestra sala para presentar los conciertos de fin de cursos, que todos esperábamos con emoción. Lecciones del Beyer, Sonatinas de Clementi, preludios y fugas de Bach; y los estudiantes más adelantados sonatas de Beethoven y estudios de Chopin. Entre los estudiantes-pianistas locales que escuchábamos con frecuencia estaban Quichu Isáis, Nico Carrillo, Consuelo Amador y muchos más. En algunas ocasiones yo fungía, a petición del director, como maestro de ceremonias.
También se presentaban conjuntos corales, violinistas, celistas, orquestas de cámara y cantantes de ópera interpretando conocidas arias. En una oca-sión se presentó un miembro del grupo local de los mormones, quien nos deleitó con el Nessun Dorma de Turandot y otras selecciones más. Fue una estupenda presentación muy aplaudida.
En otra velada inolvidable nos deleitamos con fragmentos de operetas, entre ellas La Viuda Alegre representada por un destacado grupo de artistas que enviaron del Instituto Nacional de Bellas Artes. Fue un brillante evento que también gustó mucho.
Sin lugar a dudas esa fue una época inolvidable de arte y cultura en todos los aspectos que a todos nos llenaba el espíritu de gozo. Mis padres disfrutaban mucho con estos eventos, y siempre los sentaban en la primera fila, desde donde aplaudían con entusiasmo. Todavía me parece que los estoy viendo.
EL PASO DEL TIEMPO
Pero con el paso de los años todo fue cambiando. Los hijos nos fuimos casando y mudándonos a otros domicilios. Varias bodas se celebraron bajo su techo. Mis padres se fueron quedando solos y muy pronto ya ni siquiera utilizaban la planta alta, que sólo se utilizaba cuando llegaban visitas. Mi padre seguía tocando el piano, pero ya no había quien lo escuchara. Aunque íbamos de visita, ya no era igual.
Cuando finalmente quedó sola la casa decidimos rentarla, pues preferíamos que siguiera ocupada por alguien que le diera vida y no se derruyera, como ha sucedido con las casas de El Triunfo.
Hoy me alegra que esta casa continúe teniendo vida, actividad, movimiento y bullicio. Como restaurante, Caprichos ha mantenido ese ambiente agradable, amable, sereno y regocijante a la vez. En su interior todavía se pueden percibir aquellas felices sensaciones de antaño.
En lo que a mí respecta, a veces, cuando acudo como comensal, me transporto al pasado, miro a mi alrededor y me parece que sigo viendo aquellas escenas, recordando esos días felices que transcurrieron sin darnos cuenta que se alejaban, que se esfumaban. Y extrañamente sigo escuchando aquellas notas adormecidas de Ponce, Schubert y Mozart que resuenan por los rincones, repetidas por los muros como ecos de ese pasado que, aunque se alejó con imperceptible suavidad con el soplo del viento para siempre, no se puede olvidar fácilmente.
Francisco Arámburo Salas en la biblioteca de su casa. Foto: Gilberto Piñeda Bañuelos, octubre de 2016.