Crónicas Urbanas
No.5
Manila-La Paz
Crónica de un encuentro.
Frente a un molino de viento (*)
Gilberto Piñeda Bañuelos
Cada vez que vamos de visita al panteón de los sanjuanes a visitar a Chayito y Raúl, vemos a lo lejos, lo que alguna vez fue un molino de viento abandonado que se encuentra como a cien metros de la entrada en el mero corazón del Centro histórico del panteón a unos veinte metros hacia el oriente de las tumbas de Don Filemón Cecilio Piñeda Contreras y de Victoria Chacón Meza.
Lo que se sabe hasta ahora es que el padre de Don Filemón era Victor Piñeda de la Cruz nacido en Manila, Filipinas y fallecido en La Paz el 9 de marzo de 1899, que había sido marino, quien era hijo de Espíritu Piñeda, nacido en 1811 en Vigan Manila, profesor de primeras letras y de Hilaria de la Cruz.
Victor, el marino, el que llegó al puerto de La Paz a mediados del siglo XIX se casó el 1 de octubre de 1861 con Refugio Contreras Espinosa que había nacido en Todos Santos y que era hijo de un labrador llamado Pedro Contreras también de Todos Santos y de Perseverancia Espinosa que era originaria en San Antonio.
Pero regresando a los de los molinos de viento, si ustedes caminan por la ciudad histórica, bajando la cinco de mayo se puede ver otro molino de viento a la derecha, otro por la calle Guillermo Prieto pasando la Márquez de León en la otra esquina y uno más en un lugar que antiguamente fue una huerta muy bonita donde había una casa antigua de ladrillo y que ahora construyeron sobre de ella un edificio de una notaría con la arquitectura tradicional paceña en Allende entre Serdán y Guillermo Prieto.
Ya hay pocos molinos de viento en La Paz, la antigua “ciudad de los Molinos”. ¿Por qué había tantos molinos en La Paz antigua?
En el siglo XIX el puerto comercial amenazó con transformarse en una ciudad y por lo tanto la llegada masiva de personas a vivir en ella obligó a buscar formas de consumo del agua subterránea a través de pozos profundos o menos profundos hechos de ladrillo en forma circular de los que se extraía con un recipiente, un mecate y una polea colgada en un travesaño de madera fija en dos troncos en forma de horqueta; posteriormente se importaron unas estructuras de madera o de fierro galvanizado que conocemos como molinos de viento que extraían el agua con mayor o menor cantidad según la velocidad del viento, lo que obligaba a construir una pila circular a un costado del molino donde caía el agua que se extraía del pozo y que por gravedad pasaba para el riego de las huertas que había muchas en la ciudad y para el consumo humano. Esa debió ser la historia del agua urbana por espacio de siglo y medio.
Pero ¿qué tienen que ver los molinos con esta crónica?
Es el caso de que el sábado previo al 10 de mayo, iba camino a la casa de Chayito y Raúl y decidí llegar al lugar donde estuvo hasta hace unos años una casa antigua de ladrillo y una huerta, donde todavía hay un molino de viento, me encontré con un profesor conocido que vivía ahí, me atendió cuando llegué y le pregunte si se me permitía entrar a tomar fotografías del molino que por cierto se miraba ya muy deteriorado de sus aspas, aunque yo lo había visto entero antes del Odile; le explique al profesor qué el motivo de la visita al molino de viento era porque estaba haciendo un trabajo de investigación de historia urbana de La Paz y como parte de ella también acerca las familias paceñas que habitaron la ciudad en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Por supuesto que accedió con mucho gusto y camino al molino le pregunte sobre los propietarios de la antigua casa de ladrillo que había en ese lugar y de la huerta, mientras observaba que al llegar al molino, a un costado, la familia estaba haciendo tamales, supongo que para el día siguiente que era el día de las madres, o no sé si para ese día, entre ellos se encontraba un señor llamado Alfonso Javier Cota Aguirre que era el padre de la esposa del profesor.
Me presente: Soy el hijo de Chayito Bañuelos Isais y Raúl Piñeda Chacón, tal vez los conoció, le dije, cómo no, me contestó y entonces me dio dos datos que me llamaron poderosamente la atención, que no tenía nada que ver con el motivo de mi vista, los molinos de viento, y fue cuando me dice Chayito fue mi profesora y segundo me hace una pregunta: ¿sabes que hace muchos años dos marinos, uno de apellido Aguirre y otro de apellido Piñeda desembarcaron en La Paz y se quedaron a vivir aquí?, me tomó por sorpresa y le conteste a una velocidad vertiginosa: “Si, sí…se de uno, Victor Piñeda que era mi bisabuelo pero del que se apellidaba Aguirre, no sabía”.
Resulta que Don Alfonso Javier, a quien acababa de conocer de manera casual se apellida Aguirre, Cota Aguirre son sus apellidos, bisnieto de ese marino que había llegado a La Paz junto con mi bisabuelo Victor Piñeda que llegó en un barco que venía de Manila; su mamá se llamaba María Esther Aguirre Avilés que nació donde él vive ahora que es en lo que antes era una loma del arroyo de la calle Rosales, por la calle Allende entre Revolución y Serdán (me cuenta Don Alfonso Javier que su abuela le contaba que el arroyo era un paseo que la llevaba hasta el cerro atravesado…Interesante). Le pregunte si alguien de la familia tendría los ojos rasgados como los orientales, me dice que sí.
Resultó muy grata la entrevista que tuve en su casa con él y su esposa Doña Martelia de Anda Franco, que dicho sea de paso es la hermana mayor de María Luisa, que estuvo conmigo en la escuela 18 de marzo. Don Alfonso Javier es jubilado desde 1989 de su último trabajo en la Secretaría de Hacienda y me contaba que empezó a trabajar desde muy jovencito una vez que terminó sus estudios en una academia comercial que parece se llamaba “Jaime Bravo” de Don Candelario Angulo Álvarez y que estaba cerca de la Independencia y Guillermo Prieto; trabajó primero en la Cámara de Comercio con Don Pedro Mercado, después como cobrador en el Banco del Pacífico que estaba a un lado del Hotel Misión en la esquina de la antiguas calle Puerto y Comercio (Agustín Arriola y Esquerro), me cuenta que en ese Banco era el cajero principal Don Mario García, de quien fue muy buen amigo y que los invitaba muy seguido a la conocida por los paceños como la “huerta Isais” donde tenía su casa; después trabajo como meritorio en el telégrafo que estaba en la cuchilla formada por las calles Madero entre 16 de septiembre y Artesanos; y posteriormente por espacio de 12 años con “Chalito” Cota, como le conocíamos a la casa comercial de Don Carlos Cota Downey, para pasar de ahí a trabajar a lo que después fue la Secretaría de Hacienda donde permaneció durante 26 años y medio.
Fue un gusto enorme haber tenido el encuentro con Don Alfonso Javier, pero lo interesante del encuentro fue saber que su madre, María Esther Aguirre Avilés que había nacido en 1900, por un lado tuvo un descendiente muy conocido en la naciente ciudad de La Paz que fue Don José Mariano Monterde Antillón y Segura que fue gobernador del Territorio de Baja California entre 1829 y 1834; y por otro lado, que el abuelo materno de Don Alfonso Javier, que se llamaba Adolfo Aguirre Lujan, tenía una zapatería en lo que ahora son las calles 16 de septiembre entre Madero y Revolución, era hijo doña Nieves Lujan que se casó precisamente con el Señor Aguirre del que se desconoce su nombre, que fue precisamente la persona que llegó de Manila Filipinas a La Paz junto con don Victor Piñeda de la Cruz, mi bisabuelo. Un dato más para las historias familiares de los paceños.
(*) Publicado en la página de Opinión de El Sudcaliforniano el miércoles 20 de mayo de 2015.